Como nacen las vocaciones es algo muy misterioso y jamás tendría la intención de explicarlo.
Querer explicar el misterio es un acto de atropello y vulgaridad.
Pero sospecho, en algún lado sospecho, que Caloi tiene algo que ver con mi vida de dibujante.
Nunca pude olvidar una imagen, en la casa de mi abuelo Atilio, en un escritorio de oficina , de esos grises, de metal, copiando una y otra vez un libro de Clemente y Bartolo, cuando Clemente no era como ahora ni gozaba de tanta fama y con Bartolo andaban siempre subidos a un tranvía.
Recuerdo seguir el dibujo de esas vías, tengo la impresión de haber visto un espacio limpio y claro, una curva pronunciada de esos durmientes, de ese camino que vaya a saber a que lado conducía.
Quizá sea mentira. Pero no creo.
Me animo a decir, que Caloi paró en mi infancia y me hizo subir a ese tranvía sin saberlo.
Cuando era chico no sabía nada de Picasso, de Aída Carballo o de Isidro Ferrer.
Paul Klee era para mí el nombre de una malla.
Pero conocí a Caloi.
Primero deslumbrado con Clemente, Bartolo y el tranvía.
Después enamorado, hasta el día de hoy, de sus páginas dominicales, bien porteñas, aguafuertes visuales de una poesía de la más maravillosa que haya dado la historieta argentina y los universos de la acuarelas.
Me olvidaba.
Mi abuelo era mecánico.
Me daba unos cuadernos grandotes de esos que dicen ACTAS, con renglones raros.
Cuando se encontraba con aguien , siempre hablaba de su nieto dibujante.
Mi abuelo ya no está. Caloi se acaba de ir.
Sospecho que fue una conspiración mutua.
Quizá se hayan conocido cuando el tranvía se descomponía y había que buscar un mecánico para repararlo.
No lo sé.
No quiero explicar el misterio, esa curva del dibujo de las vías que vaya a saber en que lugar termina.